Tiene esa forma tan particular de hacerme
sentir bien, de dibujarme en los labios una sonrisa, de estremecerme el alma
con una caricia; y, si lo quisiera, podría lastimarme en cuestión de segundos,
porque conoce mis puntos más sensibles y endebles. Siempre que aparece me deja
una lamparita -llena de recuerdos- que enciendo cada vez que se va, para que
esa magia que él me hace sentir no se apague nunca, ni aunque esté lejos.
Sabe siempre que decir y que hacer para
aliviar mi dolor, dejándome descansar en sus hombros cuando lo necesito, alejándome
de lo malo, tranquilizándome con una mirada.
Tal vez sea un regalo del destino o una casualidad que se haya cruzado en mi camino, simplemente sé, que si se va ya no sé estar, no se seguir, no sé amar.
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